Sobre la escritura creativa
Tomó la pluma lista para escribir en su libreta. Se había quedado mirando la hoja en blanco durante varios minutos, y aunque tenía una idea de lo que quería escribir, su mano no respondía; era como si algo la estuviera sosteniendo, una clase de fuerza invisible e intangible que, sin embargo, podía percibir en su cuerpo, especialmente en su brazo derecho.
“Tengo miedo”, pensó. Y recordó la conversación que había tenido con Gollo unos días antes.
- ¿Y qué si no es bueno?
- … ¿Cómo?
- Que qué importa si lo que escribes no es bueno, ¿qué importa si a nadie le gusta?
- Pero si a nadie le gusta, entonces ¿para quién escribo? Si nadie me quiere leer entonces sólo pierdo mi tiempo.
- Escribes para ti, y aún si a ti no te gusta lo que escribes, seguiría sin importar. Lo que deberías preguntarte no es “para quién” sino “por qué”; ¿por qué escribes?
Aunque tenía experiencia escribiendo, llevaba apenas unos meses haciéndolo en una especie de diario, después de haber tomado interés en la poesía y el “journaling”. De hecho, la libreta que tenía ahora frente a ella la había comprado justamente para explorar su creatividad en forma escrita. En esa libreta no había notas para sus trabajos escolares o artículos académicos, sino experiencias personales, íntimas.
Al principio escribía lo que fuera, y le gustaba lo que salía. Le gustaba tanto que pensó en compartirlo con otres, y fue entonces que comenzó a menguar su habilidad para plasmar lo que quería, como lo quería. Lo que inicialmente le había parecido una actividad liberadora ahora se le figuraba un monstruo enorme, listo para lanzarla lejos en cuanto su pluma tocara la hoja. A partir de ahí fue que nació su miedo, miedo de verse tonta y pretenciosa. Se sentía incapaz y fuera de lugar cuando leía a sus autoras favoritas, y poemas y narraciones cortas en redes sociales de escritoras emergentes. Le aterraba el desear escribir y que la libreta la rechazara, que le dijera que ésto no era para ella y que, por más que lo intentara, no podría serlo nunca.
“Yo no escribo”, se decía. Pero su conversación con Gollo le había recordado lo que ya sabía pero que, entre la avalancha de dudas y pensamientos, había quedado enterrado en su memoria.
“¿Por qué escribes?”, le había preguntado, y recordó que lo hacía por diversión, pero sobre todo como ejercicio de reflexión y autoexploración; para conocerse a sí misma y entenderse. Su móvil no era lo que otres pensaran, sino sacar lo que llevaba dentro de modo que pudiera hallarse en sus propias palabras. Anhelaba no sentir que se encerraba dentro de una jaula, como a veces sentía que lo hacía con su lenguaje académico y frío.
Volvió en sí, respiró profundo algunos segundos, y comenzó por fin a escribir. Su brazo ya liberado de la presión que había sentido hacía unos minutos, y su mano ligera, sin riendas. Escribió algunas líneas, muy malas por cierto, pero eso ya no le importaba. “Al rato lo edito”, dijo. Y siguió escribiendo su mugrero.
Cuando Gollo le había preguntado que cómo era su relación con la escritura creativa, no había sabido qué responder; en ese entonces sus esfuerzos por conectar con su propia creatividad y plasmar en papel lo que pensaba apenas habían comenzado. Incluso ahora no sabría contestar a la pregunta, simplemente porque la relación aún no se consumaba; si la escritura creativa hubiese sido una persona, ella diría que estaban en la fase de conocerse, de ver qué les gustaba la una de la otra y qué no. Y aunque la relación aún estaba en proceso de ser, le emocionaba el rumbo que ésta iba tomando, y el descubrir hasta dónde podría llegar.
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